Juan 4, 10:
10Jesús le contestó: «Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice “dame de beber”, le pedirías tú, y él te daría agua viva».
Teófilo, mi tan querido hijo, te escribo esta carta para que sacies tu sed en el Creador y no en las criaturas; pues, aquel que de Dios bebe no vuelve a tener más sed, sin embargo, aquel que bebe de las criaturas constantemente bebe con más sed todavía.
Hijo mío, quien apaga la sed del hombre es Dios y no Satanás; la fuente es el Padre, no es el demonio; el agua es el Hijo, no es el mundo; la bebida es el Espíritu Santo, no es la carne.
Teófilo, mi tan querido hijo, si eres Hijo de Dios, si eres hijo mío, realmente se debe notar. Un hijo de Dios, un hijo mío, no puede beber la bebida de la carne, no puede coger del agua del mundo, no puede ir a la fuente del demonio; quien esto hace se sacia de Satanás y no de Dios. Un hijo de Dios, un hijo mío, tiene que beber la bebida del Espíritu Santo, tiene que coger el agua del Hijo, tiene que ir a la fuente del Padre; quien esto hace se sacia de Dios y no de Satanás.
Aquel que se sacia de Dios da frutos de vida, mas aquel que se sacia de Satanás da frutos de muerte.
Hijo mío, hay una profunda sed en el hombre; en cada varón y mujer. Satanás jamás apagará esa sed, sino que nos hace cada vez más sedientos. Dios es el que apaga esa sed, nos hace estar en paz, sin sed. Pues la sed del hombre, que es infinita, no puede ser llenada por lo finito, pues constantemente se querrá saciar sin saciarse, querrá beber sin beber; solo puede ser llenada por lo infinito, pues será como una pieza que entra perfecta en el sitio indicado. La sed del hombre es sed Dios, el hombre tiene sed de Dios.
Nos hiciste, Señor, para Ti; y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti.
Iehosif, Esclavo del Señor, esposo de Maryam y Padre de Agapito
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